zofia beszczyńska

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Un cuento de colores

Érase una vez tres hermanas princesas, que se llamaban Lucrecia, Delicia y Pistacia. Lucrecia era roja como una manzana, Delicia amarilla como una naranja y Pistacia verde como un pistacho. Tenían diferentes nombres y colores, pero por lo demás eran parecidas como tres gotas de agua. Su padre se llamaba Clavo y su madre, Vainilla, era un hada.
Vivían todos juntos alegres y felices en un maravilloso palacio en una playa cerca del mar. Cuando la gente pasaba por allí no veía nada, porque el palacio era invisible.
Pero una vez ocurrió que Lucrecia perdió su cinta roja, Delicia un zapato amarillo y Pistacia su sortija con piedra verde. En ese momento pasaba por allí un chico llamado Juanito. Encontró la cinta, el zapato y la sortija y pensó que debió de haberlos perdido una bella princesa y que él podría casarse con ella, porque así sucede en todos los cuentos. Y ni siquiera se imaginó que se encontraba ante la puerta del palacio, porque claro que no lo podía ver. Mientras, en el interior, el rey Clavo gritaba espantosamente a las hijas:
- ¡Mirad lo que habéis hecho! ¿No pudisteis tener un poco de cuidado? ¡Ahora todos sabrán que existimos! - etcétera, y ellas no paraban de llorar.
A causa de estas lágrimas la arena de la playa se mojó y a los pies de Juanito corrió un pequeño arroyo salado. Encima flotaba una sirena, blanca y delicada como hecha de espuma de mar. Era Vainilla.
-¡No tienes escapatoria! - le dijo al chico. - Ahora tendrás que venir conmigo.
Y le tiró de la mano y Juanito, para su sorpresa, se encontró en el palacio, que de repente dejó de ser invisible para él. Brillaba con todos los colores del arco iris. En el centro de una inmensa sala brotaba una fuente con agua cristalina, donde el chico vio a la conocida sirena. Cerca se hallaba un trono de oro, donde estaba sentado el rey, de barba tan larga que se extendía por el suelo como una alfombra.
- Pues bien, chico -le dijo a Juanito- como ves, todos aquí estamos hechizados. Nos ves solamente porque, hum, has encontrado estas cosas. ¿Se puede saber qué piensas hacer con ellas?
- ¡Quisiera devolverlos a la princesa y casarme con ella! - declaró Juanito. Él siempre había soñado con una aventura insólita.
- ¿Estás seguro? -le preguntó Clavo. - ¿O tal vez prefieres otra cosa a cambio?
- No, no, seguro que no.
De algún modo el chico intuía que sin esas cosas perdidas la vida en el palacio no podría seguir como hasta ahora y que a todos sus habitantes les importaba mucho recuperarlas.
- Bueno -dijo el rey- tú mismo lo has querido.
Y dio una palmada.
En ese mismo momento, sin saber cómo ni de dónde, delante de Juanito aparecieron tres coloradas princesas.
- Son tuyas -anunció Clavo. - Resulta que cada una de ellas ha perdido una cosa diferente. Estoy impaciente por ver cómo vas a salir de ésta.
Juanito palideció. Hubiera dado cualquier cosa por encontrarse de nuevo en la playa conocida y no tener nada que ver con ninguna cosa perdida encantada.
Y mientras estaba pensando (y todos lo miraban fijamente), sintió sobre su brazo el toque de una mano delicada. Se volvió y vio a Vainilla.
- No te preocupes -le dijo-, voy a ayudarte. Confío en que tienes buen corazón. Muchas veces he visto cómo devolvías al mar peces y medusas perdidos en la orilla. Si nos devuelves lo que has encontrado, regresarás a la playa y allí te esperará una sorpresa.
El rey asintió con la cabeza y en ese mismo momento el palacio desapareció. Juanito estaba de nuevo en la playa. Alrededor no veía más que la arena y el mar. Pero al cabo de un momento percibió a alguien que se acercaba a él, con una pierna salpicando el agua y la otra haciendo polvaredas de arena. Era una chica de la edad de Juanito. Iba vestida de blanco, tenía el pelo rubio, los ojos verdes y las mejilas rojas. Se paró delante del chico y le dijo:
- Me llamo Alicia. ¿Quieres ser mi amigo?
- Pero, tú no estarás hechizada, espero - susurró.
La chica se rió.
- Supongo que no -respondió. Bueno, quizá un poquito. A veces mi mamá se ríe y dice que soy una pequeña hada. ¡Dice que nadie sabe hacer un pastel tan rico como yo!
- ¿Y qué pastel es ese?
- ¡De colores! Con manzanas, naranjas y pistachos.
- ¿Y quizá condimentado con clavo y vainilla?
- ¡Claro que sí! Y además tengo uno en mi casa. ¿Quieres probarlo? Te invito con mucho gusto.
En el aire apareció un olor muy rico y al muchacho se le hizo la boca agua.
- ¡Gracias, Alicia! - le dijo. -Ese pastel me encanta.


traducción de Laura Vargues Sánchez

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