zofia beszczyńska

| wersja polska | english version | version française | versión española |

La hoguera

Y como estaba muy cansada, se sentó en el agujero de un gran árbol y se durmió
Hermanos Grimm

 

Me encontraba en un claro del bosque rodeado de árboles tan altos que seguro llegaban al cielo. En el centro ardía una hoguera, a su alrededor había animales sentados. Veía con claridad sus siluetas iluminadas por las llamas centelleantes.
Un enorme oso, cuya sola piel debía de pesar una tonelada, un lobo algo sombrío, un zorro y –¡desde lejos reconocí los pinceles de las orejas!– un lince de ojos estrábicos, un tejón y una marta... hasta que me di cuenta de que estaban allí todos los animales del bosque.
De repente el oso volvió su peludo morro y me miró. A mí, sin más.
–Bueno, y ¿qué nos dices? –preguntó con su voz grave.
Miré a mi alrededor, pero no había nadie junto a mí o a mi espalda.
–¡Sí, sí, es a ti! –chilló una urraca.
–Y ¿por qué no quieres sumarte a nuestro grupo? –oí una voz que destilaba dulzura.
–No me han invitado –repuse con toda la amabilidad que pude.
–¡Cómo que no! Pero, ¡qué dices!  –croó un sapo. Claramente ofendido–. ¿Quién crees que tiene que invitar a quién? ¡Anda ya! ¡Venga, siéntate y deja de hablar! –añadió, soltando tantos escupitajos de saliva que el fuego chisporroteó.
–No, no vendrá –rezongó una voz al fondo.
No veía bien en la oscuridad, pero podía ser de un grillo.
¿O de una araña?
Sobre mi cabeza giraban cada vez más luciérnagas, chispas de colores, estrellitas titilantes... ¡Si es que de verdad lo eran! Si no eran pequeños seres voladores, hermosos y maliciosos...
Me sacudí. Y después otra vez, como un perro.
El sapo se puso a croar tan fuerte, que pensé que le iba a reventar la garganta. Y empezó a inflarse... e inflarse... ¡Que revienta! Pero entonces...
La hoguera empezó a humear de repente, echándome a la cara un olor de enebro y aliso.
–Pero, ¿qué pasa?...
Algo cálido y peludo me rozó la frente: ¡un ala! El ala de una lechuza. Se cernía justo delante de mí, en el pico tenía una ramita salpicada de bayas negras.
–Por desgracia no, querida señora –balbuceé–. No esta vez.
Y puse pies en polvorosa...
Si esta vez también me siguió una risa o no, no la oí.
En mi carrera pisé una hoja; soltó un grito penetrante. Vi una cara parduzca deformada por una mueca, unos dientes amarillos... y entonces grité yo. Un dolor agudo me atravesó el tobillo. Me incliné, toqué la herida; sentí sangre. Me corría entre los dedos, caía a la tierra. Apenas unas gotas... pero de repente todo se hizo de otra manera. El bosque se calló y se quedó inmóvil. Por ninguna parte se veían huellas de la hoguera, humo, luciérnagas.
Con manos temblorosas arranqué otra tira de mi otrora blanco vestido y me vendé fuertemente el tobillo.
De pronto sentí que estaba muy cansada. Me sentaré sólo un momento... un momentito –pensé medio desvanecida. Y con alivio apoyé la espalda en el tronco de un gran árbol.
Para mi pesar de nuevo me olvidé de comprobar cuál.


traducción de Laura Vargues Sánchez

arriba |

Menu Zofi Beszczyńskiej: