zofia beszczyńska

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Piedra Rosa

Había una vez una niña que era muy original. Muy pero que muy y absoluta-absolutamente original. Se llamaba Piedra y de apellido Rosa. ¿O quizá era al revés? Quién sabe...
Un día Piedra Rosa se fue de paseo y allí en el borde del camino por el que iba se encontró con una verdadera piedra. Estaba tumbada de lado y parecía muy triste.
– ¡Bua, bua! – dijo al verla.
– ¿Lloras?, ¿hablas? – se extrañó la niña. Y se extrañó tanto que se le fue la idea y ya no supo lo que quería exactamente preguntar.
– Tú también llorarías hablando y hablarías llorando... – le dijo la piedra con voz chillona – ...si no tuvieras nombre. Dime, ¿tienes tú un nombre?
– Me llamo Piedra – le contestó Piedra con orgullo.
Al oír estas palabras la piedra que estaba en el camino, se quedó sin habla.
– ¿Sabes? – consiguió decir después de una larga pausa – es inaudito. YO soy piedra.
– ¿Sí? – se sorprendió la niña. – Pues sí... tienes razón. Pero yo me llamo así, y tú según me has dicho no tienes nombre.
– ¡Claro que tengo! – exclamó. – ¡Claro que tengo!, ¡el tuyo!, es decir el nombre que tú me has cogido sin permiso.
La niña se puso a pensar. Y de tanto pensar empezó a dolerle la cabeza, “pero si no he sido yo la que ha elegido el nombre que tengo”, pensaba. “Y además qué importa – seguía pensando – si lo uso y me gusta... aunque por otro lado...
– ...por otro lado ¿qué? – le dijo la piedra amenazadora, como si le hubiera leído el pensamiento.
– Pues... que por otro lado – dijo tímidamente – es verdad que te pega mucho más a ti y además como no tienes nombre...
– ¡Ahora ya tengo! – la piedra hasta saltó de alegría. – ¡Tengo nombre!, ¡me llamo Piedra, Piedra, Piedra!
Y de esta forma a la niña que no hacía mucho se llamaba Piedra Rosa (o Rosa Piedra) le quedó sólo un nombre: Rosa.
– También es bonito – se dijo. – Y no necesito más.
Tras lo que continuó su camino sin rumbo, muy pensativa. Andando, andando se encontró con una flor. La niña no había visto nunca nada parecido en su vida. Su color era indescriptible. Ni rojo, ni verde, ni marrón, ni violeta, ni azul... También su aspecto era único. Que era una flor Rosa lo supo por el tallo, por algunas hojas verdes que salían de él y por los pétalos que eran de otro color (también indescriptible, como seguro recordareis).
– Buenas días – dijo Rosa. – Me llamo Rosa, ¿y tú?
La flor permaneció callada.
– ¿No tienes nombre? – siguió la niña.
La flor negó con la cabeza tristemente y susurró algo tan bajito que Rosa tuvo que acercarse mucho a ella para oírla.
– ¿Cómo puedo tener nombre si no sé ni siquiera quién soy? – pudo escuchar con dificultad. – No sé de qué color soy, ni de qué forma, ni cómo es mi corola... porque eso que tengo es una corola, ¿no? No sé de dónde vengo... si es que vengo, ¿o a lo mejor voy? – se preguntó después.
A Rosa le dio mucha pena la flor. ¿Y sabéis lo que decidió? ¡Claro!, lo habéis adivinado.
– Yo sé quien soy – dijo resuelta – sé como soy, de que color y de donde vengo y también muchas cosas más. Hasta hace muy poco tenía todavía dos nombres (o puede que un nombre y un apellido). Después sólo me quedó uno pero eso no ha cambiado nada en mí. Así que si te doy el que me queda seguro que no me pasará nada.
Y así lo hizo. Y no le pasó nada de nada.
Sólo a la flor que hasta se sonrojó de felicidad.
– Gracias – susurró tímidamente.
Y en un instante se convirtió en una verdadera rosa de color rosa, de color rosa-rojo y por fin de color rojo. La más bella del mundo.
La niña Sin Nombre también estaba muy contenta. De alegría se puso a saltar a la pata coja y a cantar a pleno pulmón.
– ¡Soy una niña Sin Nombre, soy una niña sin Nombre! Y ahora, ¿quién me encontrará uno?
Eso, ¿quién?, ¿y cuál será ese nombre?, ¿qué pensáis vosotros?


traducción de Carmen Azúar

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