zofia beszczyńska

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El abedul

Por la terraza que unía nuestras habitaciones miró cautelosamente a la mía. Yo dormía sobre la cama sin abrir, con la cara hacia la ventana. Con las rodillas dobladas, con los brazos cruzados sobre el pecho.
De repente notó que no eran mis brazos. Detrás de mí, en el abrazo que repetía las curvas de mi cuerpo, dormía un hombre.
Se retiró, confundido.
Se paró en la terraza, miró hacia abajo. En el patio quemado por sol, dentro de un nido de piedras, un abedul solitario temblaba en la canícula.
Se acercó a mi ventana de nuevo, examinó otra vez.
Seguía en la misma posición, pero sola.
Esto no le dejaba en paz.
– Eché un vistazo a tu habitación – me dijo de paso más tarde. – Dormías... tan lindamente – añadió.
No me miró.
Estábamos sentados en una mesita redonda con un tablero de vidrio, esperando el café. Junto a la balaustrada, dispersadas en el verde, florecían pequeñas flores rojas. Como entonces – pensé. Aunque con seguridad ya eran otras flores completamente distintas.
Sólo aquí había sombra. Más lejano un abedul solitario centelleaba al sol.
– Qué raro – dije. – Lo veo desde mi ventana. Y ahora...
– Sí. Muy raro – reconoció.

 

traducción de la autora
revisión de estilo en español de Laura Vargues Sánchez

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